A rueda de...José Manuel "Gallu" Gutierrez

El rodar del coche sobre la autovía le va adormeciendo poco a poco. Todavía 120 kilómetros hasta Cabezón de la Sal, la localidad cántabra donde reside. Su padre, José, conduce con la radio suave, dejando que los locutores radiofónicos se harten de lanzar cábalas estadísticas con el 53% de los votos escrutados. Dicen que España cambiará. Dicen. Acompaña el viaje un paisaje oscuro, verde invisible apenas vigilado por una luna que lleva luchando contra la bruma desde que salió. Él se adormece. Parece que llevara media vida viajando.

¿Hijo, estás cansado, verdad?”, le pregunta su madre, Mariate, mientras, con suavidad, acaricia su cuello desde el asiento de atrás. Ella, sin darse cuenta, bautizó a su hijo en el mundillo del ciclismo. Se emocionó viéndolo pasar el primero en un entrenamiento, en escuelas. “¡Venga ‘Gallu´, cariño!”, le gritó. A sus compañeros les hizo gracia. A él, también. Y hasta hoy. Su camino por el mundo del ciclismo parecía justamente eso, el del gallo de un corral. Dominador. Esbelto. Acostumbrado a ganar en cadetes y juveniles, su carrera parecía destinada a un profesionalismo prometedor. Sin embargo, la mala suerte se adueñaría de sus logros deportivos.

Siempre en la estructuras inferiores de los equipos de Matxin, veía como, aunque el progresaba por abajo, los equipos de arriba cerraban. Primero Saunier Duval, luego Geox. Y él seguía cumpliendo años. Quizás era bueno, pero demasiado mayor para algunos. Quizás bueno, pero sin experiencia para otros, que tampoco se la daban. Era sin ser. Era Campeón de España amateur de crono, sin ser contrarrelojista. Escalaba con los buenos, pero no le llamaban “grimpeur”. Tampoco se valoró su tercer puesto en el Valenciaga, el que ganó Airán Fernández. Como si aquella meta que cruzó en aquella Eibar gris volatilizase cualquier cosa que no fuera ganar. Un bucle injusto, que amenazaba con derrumbar la solidez de su corral mental. Pero, cuando la moral flojeaba, se abrió una puerta, la del Tusnad Rumano, en 2104. Le ofrecieron ir a correr un calendario europeo, lindante al pro tour, pero sin tocarlo. El circuito de las pruebas "2.2". José, el “Gallu”, firmó sin dudarlo. En la primera vuelta que corrió con su nuevo equipo se llevó la Montaña, en Hungría, pero, poco tiempo después, su ilusión reventó contra el asfalto. Voló por encima del manillar en una montonera, y se rompió el escafoides. Con un brazo roto era imposible hacer frente a las carreras. El equipo Rumano le apartó. Sin más explicaciones. Y José, el “Gallu”, tuvo que volver a España para recalificarse de nuevo como amateur, en el Rias Baixas, en abril de este año.


Los faros del coche de su padre alumbran otro cartel. Aún faltan 50 kilómetros para llegar. Su teléfono vuelve a vibrar, arrancándole de una tontera que ya le tenía medio adormilado. “¿Qué tal vas, compi?”. Es Ángel de Julián. Hace meses un compañero. Pero, desde hace un rato, desde que se despidieron con un abrazo en Aguilar de Campoo, antes de que le recogieran allí sus padres, supo que era un amigo. Uno bueno. A los dos les dieron de nuevo una oportunidad. Les ofrecieron acabar la temporada en Asia, con el Kuwait Cycling Project. Algo ilógico teniendo en cuenta que era para noviembre y diciembre, cuando el pelotón está, o en barbecho, o pensando en 2016. Sin embargo, los dos aceptaron ir. Porque cuando uno se siente ciclista, lo es donde sea. Cuando se lo pidan. Por eso se inventaron un tercer pico de forma de la temporada. Se olvidaron de la lluvia cántabra de José o del frio inclemente de la inhóspita Palencia de Ángel. La cambiaron por los 30 grados de Sharjah, en los Emiratos Árabes. Donde debutaron con el equipo profesional de categoría continental. El “Gallu” no puede evitar recrearse repasando las fotos en su móvil. Allí estaban él y Ángel, uno escalador, el otro esprínter, rodando pegados a la cuneta, sintiendo como el cemento de carreteras inventadas en el desierto se impregnaban peligrosamente de arena empujada por un viento lateral tan rastrero que les obligaba a rodar en hilera.

José, el “Gallu” se olvidó de sus dotes de escalador, y de sus miedos a sentir al temido afilador en los abanicos. Sólo era ciclista y, en Sharjah, sería uno rabioso, combativo. Tenía que demostrar. Fue el que más tiempo rodó en fuga de toda la Vuelta, y en la única cuesta que se encontró, consiguió pasarla en primer lugar, aunque la montaña se la birlasen sumando puntos en tachuelas menores. Tan sólo un reproche. Hasnaoui, el que a la postre sería el ganador de la tercera etapa, en aquella en la que su mecánico pegó el coche del equipo a su delgada silueta para ofrecerle agua y el respondió con un espídico “I need banana (quiero un plátano)”, le soltó de su rueda a falta de diez kilómetros. La que llevaba a la victoria de etapa.Mala suerte.

Gallu, I need banana”, le vuelve a lanzar Ángel por whatsapp, provocándole una sonrisa. Se quedó con esa cantinela. Bromearon así con su mala suerte. Porque esto no era el Valenciaga. Por detrás de esa derrota había respeto. No olvido. Y ese llegaría en la última etapa del Tour de al Zubarah, en Doha (Qatar). En la última etapa su equipo reventó la carrera. No se dejaron atrincherar por el estrecho hilo que dejaban los temidos iraníes en la carretera. Ni por el victorioso SkyDive de Mancebo o Palini. Esta vez jugaron ellos a ser árabes. Como si Cantabria de repente hubiera sido siempre de  plano y fino amarillo y no de verde montaña. José se hincó en el manillar. Orientó su rabia al filo de la carretera y dejó la cabeza de carrera en cinco hombres. Hasnaoui, el que le birló la tercera etapa en Sharjah, dos iraníes y su compañero, Eugen Wacker.  Entonces se olvidó por completo, de nuevo, de que sabía escalar, o contrarrelojear. Hoy sería lanzador. Uno bueno. Era ‘Hussein’, como le llamó el dependiente de una hamburguesería de Kuwait al no saber pronunciar su nombre. El Gallo del desierto. Apretó los dientes cuando vio que Eugen se soldaba a su rueda, y lo dejó en la misma línea de meta. Cuando levantó las manos. Él se pagaría con un sexto puesto en la general. Era un triunfo de todos. Entonces, cuando en condiciones normales se volatizarían sus esfuerzos. Como el invisible tercer puesto del Valenciaga, como su campeonato de España de Contrarreloj en amateur. Como su rotura de escafoides con el Tusnad. Como la volatilización del Saunier, del Geox. Entonces bajó del coche del equipo Abdullah Alshammary, el Jeque que apadrina al equipo kuwaití. Le miró pausado, dejando que tomara aire y, con una leve palmada en su espalda, le sonrío para premiar su esfuerzo. Respeto.

Cariño, ya hemos llegado, despierta, anda”, escucha. José se despereza. Hace casi un día que dejó el hotel en Doha. Atrás queda el calor asiático. La arena. El viento traicionero. Ahora, tras la puerta del coche, huele a hierba húmeda. A norte. Está en casa. Por navidad. Aunque quizás no sea por mucho tiempo. El profesionalismo debe seguir siendo la senda de vida de José, Hussain,  el “Gallu” del desierto.

Fuente

Rafa Simón
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Fotos de Kuwait Cycling Team y Tusnad Cycling Team

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