A rueda de...Dries de Bondt

Dries de Bondt
Oliver Naesen vuelve a retarle: “¡Llevas sin pasar al relevo un buen rato!”. Él siente como le busca con la mirada mientras los siete apuran la cuneta de la izquierda, hacia donde les empuja el viento, junto a las vallas publicitarias. La concentración hace sordo el griterío del público. La banda roja del último kilómetro es sobrepasada. La velocidad en el grupo desciende paulatinamente. La tensión aumenta. Les atrapa. El compañerismo ya es historia. Ya nadie se fia de nadie. Naesen no pierde detalle, avisa de sus intenciones a su director, por el pinganillo, lo lleva enredado entre su camiseta térmica y el maillot salino del Topsport Vlaanderen. Tiene todas las de ganar. Se ha encargado personalmente de cortar todos los ataques. Pero su mirada siempre se dirije al mismo. Dries se percata de ello. Él y Oliver se retarán al sprint en apenas medio kilómetro. No puede mostrar debilidades. Ahora no. Tose.

Dries llegó enfermo a la salida de la Gooijkse Pijl. Intentó disimularlo en la zona de entrevistas. Siempre con sus gafas bien colocadas evitó que sus ojos rallados por un inoportuno resfriado delataran sus malas sensaciones en un día donde era uno de los favoritos. Durante la carrera sus miedos se justificaron. Sus piernas no iban. Llegó incluso a acudir al coche de médicos buscando un remedio. Tose de nuevo. Naesen lo ha sentido. Sonríe. En Bélgica se crece antes. Un flandrien ya es perro viejo con 25 años.

Dries tiene uno menos, pero sumados de su anterior vida, la que vivió hasta los 23. Se la dejó en el kilómetro 83, en un descenso, en el Tour de Vendée, en Octubre del año pasado. Le contaron que cayó a plomo. Impactó con su cabeza sobre el asfalto. Allí cerró los ojos. Regresó quince días más tarde. Los abrió en el hospital de Nantes, donde fue operado de urgencia de un traumatismo craneal. En su nueva vida nació con 14 kilos menos. Entubado. Aturdido. En una habitación de hospital. “Tranquile, tout se passe bien, Dries”, escuchó de un médico, en Francés. Sus padres, su hermano y su novia estaban allí, escoltando su despertar. Quiso saludarles, porque se acordaba de ellos, pero no podía hablar. Malditos tubos. Rodeaban su cuerpo. Quiso coger la mano de su chica, secar sus lagrimas con un beso, pero desistió. Sus brazos, totalmente huesudos, pesaban enormemente.

Los días siguientes fueron eternos. Imposible dormir por las noches. De día los minutos pasaban como horas. Ni siquiera podía contarlo. Malditos tubos. Fue días después cuando se los quitaron para enseñarle a respirar sólo, a expresarse de nuevo, a sentirse algo más que un mueble. Luego llegarían los vértigos. Caminar de nuevo.

Pero él, en la otra vida, no era así. No vivía en una cama. Era ciclista. Uno prometedor. Un aspirante a flandrien. Tenía victorias, muchas. Los equipos profesionales ya tocaban a su puerta. Era el jovencito de 23 años que había batido al sprint a Gianni Meersman, del Ettix Quick Step, en la Kermeese profesional de Erpe Mere. El que llegó en solitario en la primera etapa del Tour de Brabante. Rompía los esquemas en las carreras donde los profesionales repartían dividendos de antemano. Sin embargo, todo eso se esfumó en aquella bajada. Le dolía ver su miseria frente al espejo. Ojos abandonados en el valle de moradas ojeras. Mofletes huesudos, aún con el moretón de la caída rodeando su contorno. Quién iba a apostar ahora por un chico que ni siquiera sabía andar. “Dries, tienes que ser realista, ante todo ser persona”, escuchaba de los médicos. Eso dolía mucho. Más que la peor de las caídas. Su familia, ¿Qué podía decir?. Le apoyaban a muerte. Le empujaban a ganar plazos contra la mala suerte.

Una tarde, en el hospital, mientras Dries se esforzaba en ganar la batalla al cuchillo de plástico que se doblaba al cortar la carne, recibió una visita. La puerta se abrió con brío. Era Ivan de Schampelaere, el mánager del Verandas Willems. “Me han dicho que aquí vive un gruñón”, bromeó. Dries le observó. Su corazón empezó a latir fuerte, como cuando se atrevío a pedirle salir a su novia. Como un niño antes de abrir sus regalos de navidad. Su familia les dejó sólos. “Confío en tu recuperación, en tu palabra de que quieres seguir, en tus ganas de volver a ser el chico que bajaba ese puerto con la intención de ganar. Quiero que seas corredor de mi equipo para el año que viene. ¿Qué te parece?”, le retó. Dries se levantó sin muletas. Le dijo lo que los médicos pensaban. Hablaban de 2016, si todo iba bien. Ivan le miró a los ojos: “Me vale más tu palabra, tus ganas de volver. Va a ser sonado, y quiero que sea con el maillot de mi equipo”, zanjó. Dries balbuceó un “si quiero”. Ivan sólo le visitó una vez más, la semana siguiente, para llevarle el contrato. Le dijo que la próxima vez le vería sobre la bicicleta.

El 1 de marzo de 2015 Dries tomaba la salida en Bruselas de la Bruselas-Opwijk. Un mes después, en abril, volvería a levantar las manos, así hasta 5 veces más durante el año. La más especial, en Londerzeel, cercana a su localidad natal de Bornem, ante sus amigos de siempre. Felices de verle otra vez en la pelea. La más significativa, en Sinaai, en otra Pro-Keermesse, entre profesionales. Demostrando que cuando hizo doblar el espinazo a Gianni Meersman no fue de casualidad.


Pero lo más importante no fue eso. Era profesional de nuevo. Contaba en el equipo. En el código flandrien le encajaron en uno de los términos más respetados: “Baroudeur”. Peleón. Valiente. Peleón para luchar por sus opciones, al sprint o en fuga o, simplemente, valiente para meterse en la guerra de los codos en favor de sus compañeros. Baroudeur en favor de su compañero Emiel Wastyn, como en Izegem, donde le dejó a mano la victoria al sprint, pero también baroudeur en favor de sus jefes de fila, Dimitri Claes y Gaetan Bille, los pesos pesados del equipo. Además, el primero en hacer piña dentro y fuera de las carreras. En el autobús del equipo, era uno más en sumarse a la fiesta. Brazo en alto coreando el aporreante “The Hum” de Dimitri Vegas y Like Mike. Uno de los himnos musicales del equipo.

"¡Vamos, Dries!", escucha desde una valla. Nuevo bandazo a la derecha. A Peyskens le han podido los nervios. Lanza el sprint demasiado pronto. A 400 metros de meta. No era el hombre a batir. Oliver Naesen se aferra a su rueda, le han puesto en bandeja el sprint. Van Gestel, del Lotto Soudal, inmediatamente detrás. Dries sale atrancado. No esperaba ese ataque. Maldice el inesperado ataque de Peyskens. En la misma línea de meta perderá la opción de podio con Krister Hagen. Entrará cuarto, entre toses. Las que intuyó Naesen, que levanta victorioso las manos. Dries le felicita. “Te esperaba en el sprint Dries, sabía que eras rápido, pero no que habías corrido enfermo”, le respondió entre balbuceos. No era excusa. Si pudo salir del coma para adelantar un año su vuelta a profesionales, porqué no correr enfermo. Tiene talento. Es Dries de Bondt, el “baroudeur”.

Fuente

Rafa Simón
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Fotos cortesía de Dries de Bondt, Marc Dreesen, Jozef Cooreman, Nils Olbrechts, Dirk Bruylant y Alain Sennesael.


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