A rueda de...Manuel Sola

El zumbido de las ruedas al deslizarse por la carretera embriaga. Todas de riguroso perfil alto. Parece que cuesta menos dar pedales así. “¡Qué bien vas, niño!”, escucha de un jadeo conocido. Otro de sus compañeros de habitación al que sobrepasa. Otro nuevo. Ha cambiado mucho el equipo desde la última vez. Manuel responde con una sonrisa mientras, con gesto ágil, se abre la cremallera del térmico. De un plumazo. Mejor ahora que luego, cuando ya le sobre todo de verdad. Mientras sigue esforzándose por seguir el ritmo de los mejores no puede evitar bajar su mirada por debajo del manillar. Lo hace instintivamente, desde hace meses. Sonríe. Sus rodillas, sobre todo la izquierda, siguen trabajando a pleno rendimiento, como las carboneras de una locomotora de época. Nuevo cambio de ritmo. Nada que no pueda gestionar con un nuevo salto de piñón. Las líneas discontinuas de la carretera se van dibujando a gran velocidad sobre sus gafas de sol. Es feliz.

Hace un año que dejó de serlo. Cuando ingresó en el Caja Rural amateur, una lesión le robó el rictus de su cara. La ilusión por ser profesional. Manu no sabría decir que lo produjo, pero su rodilla, simplemente, no iba. Desde principio de temporada su buen estado de forma le permitía dejarse ver en las carreras, pero al bajarse de la bici venían las molestias. La última prueba que le dio un dorsal fue el Macario. Ese día se levantó sobre el sillín para atacar, pero también para acabar la carrera cuanto antes. Pedaleaba fuerte con una pierna para proteger la otra, la que le hacía ver las estrellas. Ese día llegó a meta como un cadete que trata de pedalear sobre una bici dos tallas mayor, totalmente arrítmico, descompensado. Terminó en el grupo cabecero, cerrándolo, con la sensación de haberse querido retirar.
  
En el equipo no comprendían nada. Solventaba sus dolores con buenos resultados y nadie veía algo anómalo. “Tómatelo con calma, le decían”. Esa expresión no sirve para alguien que soñaba con ser profesional. ¿Parar? Antes muerto. Manuel quería ser profesional. Por eso, sus entrenamientos nunca obedecían a la lógica. Una semana apretaba, otra paraba. La rodilla, en cambio, le rotaba el dolor. Unas veces en un costado, otras en el otro. Tan sólo un día, tras un violento estiramiento en una sesión con un fisioterapeuta le bloqueó el dolor en un único lugar, pero sin curarlo. El pinchazo que sintió le rajó la mirada. Lágrimas de dolor encubiertas ante el miedo a empeorar. ¿Pero… parar? Nunca. El camino al profesionalismo le había sido esquivo hasta ahora, pero esto sólo era dolor, nada más.

En ese momento, sobre la camilla, recordó su periplo por el Keith Mobel Murciano. Su estreno como profesional. En 2014. La experiencia fue un cúmulo de altibajos. Correr se convertía en una lotería. Cada llegada a meta corría el riesgo de ser la última. En el equipo nunca le dieron un calendario, unas facilidades, pero cuando corría, disfrutaba. Disfrutó sufriendo en el Indurain, donde se retorció de lo lindo para intentar seguir a los mejores, pero también disfrutó en el Tour de Rhones Alpes, donde tan sólo una caída le privó de ganar el maillot blanco de mejor joven. O en el Taca de Portugal, donde se las tuvo que ingeniar con Juan Carlos Ramírez, su compañero de equipo, para tirar, ellos solos, de carretera y manta. Tras 900 kilómetros de intercambios en la conducción de su coche tomaron la salida con las piernas totalmente hinchadas por el viaje, sin el soporte de su equipo. Recibieron asistencia en carrera de un equipo gallego, que se apiadó de ellos. Y volvió a responder en los puestos cabeceros. Los problemas sólo lo son si se les honra con esa distinción.

Por eso, la mañana siguiente al chasquido en la camilla del fisio, salió a dar una vuelta , para convencerse de que no era nada, pero en medio de un liviano pedaleo, su rodilla se paró. Ni para delante ni para detrás. No rotaba. Se asustó de verdad. El bloqueo le hizo subir sus pulsaciones. La angustia le hizo marcar rápidamente el número de teléfono de su padre, para que le fueran a buscar. La ecografía del día siguiente daría nombre a tanta descompesanción: Rotura parcial del tendón cuadricipital.

A partir de entonces, se enfrentó a los diagnósticos encadenados, uno detrás de otro, a las prórrogas en la recuperación. Mientras se informaba por internet los médicos le hablaron de tres semanas, luego dos meses. Hasta llegar al medio año. Entonces supo que tendría que tirar por la borda su año. Su ansiado debut en el Caja Rural, donde ingresó tras el desafortunado periplo por el equipo murciano. En ese momento supo por primera vez que progresar ya no dependía de él. Pero no dejó que la compasión anulase todo el trabajo . Podía haber buscado excusas. Él se refugió en mejorar. En combatir el reposo forzado con nuevas ideas. Terminó la carrera de Ciencias del Deporte. Ideó su propia empresa de entrenamiento. MSATraining. Sus iniciales al servicio de los demás. E incluso, gracias a Mikel Zabala, preparador del Movistar, se animo a echar una mano en el Valverde Team, que buscaba un preparador por el sur. Intentaría ayudar a prometedoras figuras a aprender a entrenar, como si prolongase en ellos su vida como ciclista. “Chicos, os vais a hartar de antropometrías, test biomecánicos, entrenamientos específicos, pero no olvidéis una cosa: los estudios”, les dijo a aquellos cinco juveniles que le miraban boquiabiertos en cada sesión.

Y, entre medias, su propia miseria. La que sólo dejaba escapar en casa, en Granada, con los suyos. Nadie más le vería quejarse de puertas para afuera. Por eso, cuando el progreso fue notable, cuando la rodilla empezó a responder de nuevo, se dio su primer gran capricho. Subió al Mulhacén. Una buena caminata. A buen ritmo. Y allí, en la cima, abrió los brazos. Gritó. Como si de una victoria de etapa se tratase. Clamó liberación. Desahogo. Rabia. Luego se dio unos minutos en la cima. Para respirar. Y sólo bajó para volver a ser ciclista. Desde el día siguiente empezó con pequeñas salidas, con aumento progresivo de kilómetros hasta que, de nuevo, pudo volver a pedalear monte arriba con Nico, Fernando Romera, Dani de la Fuente y Sebas. Sus colegas de “Grupeta”. Con ellos se subió Haza del Lino y Trévelez. Volvía a ser ciclista.

Y hoy más todavía. En la concentración de su equipo, del Caja Rural amateur, en Calpe. Tras cinco horas culminarán su entrenamiento camino de la Cumbre del Sol, donde hace unos meses ganaba Tom Dumoulin en la novena etapa de la Vuelta. Él se conforma con menos. Con seguir el ritmo de los más fuertes en un entrenamiento. Con sentir el sol en su cara. Con embriagarse de la belleza de los paisajes que bordean la carretera, con volver a sudar. Acorde a los cambios de ritmo sigue pedaleando brioso. Aunque mire instintivamente a su rodilla. “Tranquilo, estoy bien, sigue”, parece decirle. Y eso que este año ha llegado con menos kilómetros, con menos carga de intensidad. No tiene prisa. Lo más importante es que el infierno ya pasó. Y hoy el cielo apunta a la cumbre del Sol. Donde Tom Dumoulin se presentó en sociedad. Donde hoy, aunque quizás poca gente lo sepa, un joven granadino recuperó su sueño por volver a ser profesional. Manu Sola.

Fuente

Rafa Simón
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Fotos de Manu Sola y Olatz Ibarnia

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